Llevo unos cuantos días sin escribir nada, ocupada tanto en mis lecturas como en mis trabajos de doctorado y, sobre todo, en mis prácticas del CAP, dando clase a niños y chavales de 1º y 4º de ESO. Pregunto a otros compañeros cómo les va, qué opinan de los chicos de hoy, cómo funciona hoy la enseñanza... En líneas generales la conclusión que saco no es buena. No quería pensar como mi amiga Vane en una estupenda entrada en su blog: "5 años estudiando Filología Hispánica para esto". En mi caso no era para tanto, y digo "no era" porque evidentemente hoy pienso como ella.
Y es que, cuando tienes la oportunidad de meterte de lleno en una clase y ver cómo funciona y desenvolverte como profesor te das cuenta que lo único que haces a veces es ejercer de niñera de unos cuantos niñatos que no se encuentran el culo ni con las dos manos. Porque este tipo de gentecilla es la que lleva la clase (y la que te la revienta): los que hacen las gracietas y se jactan de ello y encima te vacilan como si hubieses nacido ayer. Uno puede pensar que siempre han existido esta clase de personas, y es verdad, yo misma tuve que soportar a unos cuantos en mi época de estudiante. Pero la respuesta que se daba desde fuera era bien distinta.
Que te expulsaran ya era el colmo, mecanismo utilizado en caso extremo de incordio exagerado. Que no llevaras los deberes hechos un día sí y al otro también sencillamente era impensable. Además, es del género bobo, sobre todo porque los tienes que hacer igual. Ahora no señores; ahora pasan de hacer lo que les mandas y, encima, tienes que andar detrás de ellos durante días y días para que te traigan algo hecho que, normalmente (¡tiene bemoles!) lo han copiado de algún sitio. Y no les cuento lo que hay que hacer cuando expulsas a alguien de clase: rellenar parte, firmarlo, sellarlo, fotocopiarlo, entregarlo al susodicho para que vuelva firmado por sus padres (¡ja! Otra vez pasarte los días detrás del alumno para que te lo devuelva) y de vuelta al tutor (eso en mi colegio. Igual en otros es casi casi como pedir audiencia al Rey).
Antes competíamos por ser el que menos faltas cometía, el que mejor leía, el que más sobresalientes sacaba (sí, sí, he dicho bien: el que MÁS SOBRESALIENTES sacaba), el que mejor escribía. Ahora se enorgullecen de tener 60 faltas ortográficas en un párrafo de 8 líneas, de equivocarse continuamente al leer, de tener letra de médico (con perdón) y suspender más que nadie (hasta 8 asignaturas, y aquí no pasa nada).
Damas y caballeros, todo se resume a eso: aquí no pasa nada. Los chavales son más vagos que nunca. Lo tienen todo hecho y no mueven un solo dedo. Pero la culpa es de los demás. Sigamos perdiendo el tiempo con tonterías y cultivando mentes vacías como estas. Cuándo se darán cuenta de que los niños deben venir educados de casa y que el colegio sirve, principalmente, para adquirir conocimientos, para instruirse, para aprender. Lo digo alto y claro: yo no soy una niñera; soy profesora.
Y es que, cuando tienes la oportunidad de meterte de lleno en una clase y ver cómo funciona y desenvolverte como profesor te das cuenta que lo único que haces a veces es ejercer de niñera de unos cuantos niñatos que no se encuentran el culo ni con las dos manos. Porque este tipo de gentecilla es la que lleva la clase (y la que te la revienta): los que hacen las gracietas y se jactan de ello y encima te vacilan como si hubieses nacido ayer. Uno puede pensar que siempre han existido esta clase de personas, y es verdad, yo misma tuve que soportar a unos cuantos en mi época de estudiante. Pero la respuesta que se daba desde fuera era bien distinta.
Que te expulsaran ya era el colmo, mecanismo utilizado en caso extremo de incordio exagerado. Que no llevaras los deberes hechos un día sí y al otro también sencillamente era impensable. Además, es del género bobo, sobre todo porque los tienes que hacer igual. Ahora no señores; ahora pasan de hacer lo que les mandas y, encima, tienes que andar detrás de ellos durante días y días para que te traigan algo hecho que, normalmente (¡tiene bemoles!) lo han copiado de algún sitio. Y no les cuento lo que hay que hacer cuando expulsas a alguien de clase: rellenar parte, firmarlo, sellarlo, fotocopiarlo, entregarlo al susodicho para que vuelva firmado por sus padres (¡ja! Otra vez pasarte los días detrás del alumno para que te lo devuelva) y de vuelta al tutor (eso en mi colegio. Igual en otros es casi casi como pedir audiencia al Rey).
Antes competíamos por ser el que menos faltas cometía, el que mejor leía, el que más sobresalientes sacaba (sí, sí, he dicho bien: el que MÁS SOBRESALIENTES sacaba), el que mejor escribía. Ahora se enorgullecen de tener 60 faltas ortográficas en un párrafo de 8 líneas, de equivocarse continuamente al leer, de tener letra de médico (con perdón) y suspender más que nadie (hasta 8 asignaturas, y aquí no pasa nada).
Damas y caballeros, todo se resume a eso: aquí no pasa nada. Los chavales son más vagos que nunca. Lo tienen todo hecho y no mueven un solo dedo. Pero la culpa es de los demás. Sigamos perdiendo el tiempo con tonterías y cultivando mentes vacías como estas. Cuándo se darán cuenta de que los niños deben venir educados de casa y que el colegio sirve, principalmente, para adquirir conocimientos, para instruirse, para aprender. Lo digo alto y claro: yo no soy una niñera; soy profesora.
3 comentarios:
Sonia, he leído tu entrada y casi me echo a llorar. También oy profeor pero tengo más edad. Aprobé con esfuerzo (un año entero estudiando de 8 a 10 hora diarias) la oposición a Cátedras. Recuerdo perfectamente mi primera clase, mis primeros alumnos y cómo poco a poco todo se ha ido deteriorando: mis clases, mis alumnos y yo mismo. Tengo una idea clarísima: no somos conscientes del daño que ha hecho y está haciendo la Logse a los espñoles.
Un saludo
Una pena Lorenzo, pero es así. Sin embargo me queda el consuelo de que no pienso rendirme. Supongo que a mis recién estrenados 24 años las cosas se ven de distinta forma y que uno es capaz de ponerse el mundo por montera. Siempre que haya un alumno que aprenda, uno solo, sabré que mi trabajo ha merecido la pena, porque estás cambiando la vida de una persona, y eso no tiene precio. Tengo la firme esperanza de que las cosas cambien. Deben hacerlo. No podemos seguir así. ¿La Logse? Soy producto de ella, para bien o para mal, pero desde mis tiempos de estudiante las cosas han degenerado mucho. En eso creo que estamos de acuerdo
Cuanta razón tienes, Sonia.
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