Ocupa los primeros puestos de las listas de los más vendidos. Es un best seller y tiene todos sus elementos: 219 páginas, capítulos cortos, letra grande, un número limitado de personajes, la mayoría esquemáticos, y un argumento atractivo. En circunstancias normales el libro sería un asco, pero esta vez tiene motivos sobrados para venderse como churros.
¿Cómo explicar una realidad tan dura como la de un campo de concentración nazi? Pues a través de los ojos inocentes de un niño, Bruno, que desde el lado seguro de la alambrada ve a un montón de personas con pijamas de rayas ("Esas personas... bueno, es que no son personas, Bruno", le dirá su padre). Un lugar en el que él podría encontrar más niños con los que jugar a ser exploradores. Bruno vive en el "lado bueno", pero tiene un contrario, Shmuel, una especie de alter ego que tiene la mala suerte de llevar el pijama de rayas. La alambrada será el espacio que los separa, pero al mismo tiempo los mantiene en contacto. Sus mundos tan diferentes poco a poco irán acercándose hasta tocarse plenamente.
Gracias a sus conversaciones nos acercamos al estilo de ¿vida? que se daba en un campo de concentración, con la paradoja de que Bruno quiera estar al otro lado. Con el paso del tiempo su mirada deja de ser tan inocente y aprecia los cambios de Shmuel: su impertérrita tristeza, su extrema delgadez y palidez, sus manitas casi transparentes, la misteriosa desaparición de su abuelo y su padre. Shmuel requiere la colaboración de un explorador para encontrarlos, y quién mejor que su amigo Bruno. ¿El desenlace? El terriblemente esperado. ¿Quién es el niño con el pijama de rayas?
Si el libro es tan bueno, aparte de conmovedor, es porque el lector desea que fuera verdad, desea ver el mundo con los ojos de Bruno, con la inocencia que solo es capaz de tener un niño. Una cita:
"-Me habla de su familia y del piso que tenían encima de la relojería y de sus aventuras para venir aquí y de los amigos que tenía y de la gente que conoce aquí y de los niños con que jugaba pero con los que ya no juega porque desaparecieron sin despedirse de él. [...]
-Y ayer me contó que hace varios días que no ven a su abuelo y que nadie sabe dónde está y que cuando pregunta por él a su padre se echa a llorar y lo abraza tan fuerte que le da miedo que lo espachurre.", pág. 158.
John Boyne, El niño con el pijama de rayas, Salamandra, Barcelona, 2008.
¿Cómo explicar una realidad tan dura como la de un campo de concentración nazi? Pues a través de los ojos inocentes de un niño, Bruno, que desde el lado seguro de la alambrada ve a un montón de personas con pijamas de rayas ("Esas personas... bueno, es que no son personas, Bruno", le dirá su padre). Un lugar en el que él podría encontrar más niños con los que jugar a ser exploradores. Bruno vive en el "lado bueno", pero tiene un contrario, Shmuel, una especie de alter ego que tiene la mala suerte de llevar el pijama de rayas. La alambrada será el espacio que los separa, pero al mismo tiempo los mantiene en contacto. Sus mundos tan diferentes poco a poco irán acercándose hasta tocarse plenamente.
Gracias a sus conversaciones nos acercamos al estilo de ¿vida? que se daba en un campo de concentración, con la paradoja de que Bruno quiera estar al otro lado. Con el paso del tiempo su mirada deja de ser tan inocente y aprecia los cambios de Shmuel: su impertérrita tristeza, su extrema delgadez y palidez, sus manitas casi transparentes, la misteriosa desaparición de su abuelo y su padre. Shmuel requiere la colaboración de un explorador para encontrarlos, y quién mejor que su amigo Bruno. ¿El desenlace? El terriblemente esperado. ¿Quién es el niño con el pijama de rayas?
Si el libro es tan bueno, aparte de conmovedor, es porque el lector desea que fuera verdad, desea ver el mundo con los ojos de Bruno, con la inocencia que solo es capaz de tener un niño. Una cita:
"-Me habla de su familia y del piso que tenían encima de la relojería y de sus aventuras para venir aquí y de los amigos que tenía y de la gente que conoce aquí y de los niños con que jugaba pero con los que ya no juega porque desaparecieron sin despedirse de él. [...]
-Y ayer me contó que hace varios días que no ven a su abuelo y que nadie sabe dónde está y que cuando pregunta por él a su padre se echa a llorar y lo abraza tan fuerte que le da miedo que lo espachurre.", pág. 158.
John Boyne, El niño con el pijama de rayas, Salamandra, Barcelona, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario