Solitos


Este es el título de la última obra de teatro que he ido a ver aquí, en León, en el Auditorio. Trata de un oficio próximo a desaparecer (¿no lo está?), el de guardagujas, de un matrimonio atrapado en el tedio más absoluto, tanto que ya no hacen falta las palabras, tan solo sus gestos. Su vida se ha paralizado ante el ir y venir de los trenes ("El mundo no deja de girar, estés o no en él"). Bien mirado esta es una historia de hoy, de nuestras propias vidas. ¿Acaso no podemos llegar a ser tan predecibles que ya no nos harían falta las palabras? Es algo que se suele escuchar: "Nos llevamos tan bien... No necesitamos palabras. Sabemos lo que estamos pensando con solo mirarnos".
Admiro esta compenetración en las parejas, y sobre todo la capacidad de crear un lenguaje no articulado como forma de comunicación. También admiro la entrega y la voluntad de desnudarse ante el otro, y no solo físicamente. La transparencia es una cualidad magnífica, digna de alabanza. Sin embargo, ¿qué gracia entonces? ¿Dónde queda el misterio? ¿Dónde las ganas de estar "solos"? Quizás una de las pocas cosas que me gustan de la sociedad en que vivimos sea la potenciación de la individualidad, el saber que somos únicos, no solo para los demás, sino también para nosotros mismos.
Me gusta saber que mi leonés me conoce muy bien, pero también me gusta que no siempre sabe qué pasa por mi cabeza. Hoy ya es resignación, y lo siento, pero mis sueños, mis anhelos, fantasías, mis miedos... todos ellos son míos, sobre todo si los elevo a la máxima potencia. ¿Compartirlos? Por supuesto. En dosis recomendadas. El resto forma parte de mi y el tarro de la esencias (o la caja de Pandora) no debe ser abierto tan a menudo.
Solitos. Sí. Solitos.

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