Vanidades 1. Zapatos


Inicio esta serie de vanidades (lujos personales, caprichos con los que una se regala, pulsiones íntimas...) con una de mis pasiones declaradas. La lectura de Margo Glantz, Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, me dejó una profunda huella sumiéndome durante días en una reflexión sobre los zapatos. Me emocionó enormemente la decisión de Nora García de comenzar su relato (¿autobiográfico?) calzada con unos magníficos zapatos de diseñador. ¿Y por qué precisamente con unos zapatos de diseñador?
Habéis de saber que un zapato (ese zapato de tacón de aguja que llevas puesto, que lleva puesto, que llevabas puesto, que no llevarás puesto) es en sí mismo un símbolo. ¿De qué? Pues un símbolo de la feminidad absoluta: es un busto elevado, un porte sensual balanceado en un tacón-punta rítmico, unas piernas estilizadas, un trasero firme y elevado (aumento medio garantizado de las nalgas en un 25%
. No sufráis. El modelo esquelético andante ya pasó de moda. Mujeres como Jennifer López o Beyoncé han extendido el trasero digno de ser achuchado como un peluche). Nora García lo tiene claro: "De todos los milagros de la moda, quizás el tacón de aguja, largo y estilizado, con sus resonancias freudianas, sea el más sofisticado y seductor". Suscribo las palabras de Nora (García) como hecho constatable. Subirse a unas sandalias de 13 centímetros es un milagro, un milagro de la ciencia, de la religión, de las artes oscuras, de la magia y de todo lo conocido en el universo.
Siguiendo alguna de las citas de Margo Glantz ("El zapato, si bello y de alta calidad, pisa fuerte"), podemos entender mejor por qué unos zapatos de diseñador. "Un bello atuendo -una magnífica indumentaria- desmerece si no se acompaña con el calzado perfecto". Todo debe ir en armonía, siendo los zapatos lo primero en elegir; por supuesto, el resto de complementos debe combinar con ellos. Bolso y/o cinto siempre a juego. Es indispensable. En palabras de George Bernard Shaw (recogidas por Margo Glantz o Nora García): "Si una mujer decide revelarse contra los tacones altos, debe procurar hacerlo cuando lleve un sombrero muy elegante" (es una pena, porque no me quedan nada bien). Quitando Ascot y sus carreras de caballos creo que el sombrero, para la clase media base de pirámide social, queda bastante obsoleto, de ahí la no menos digna elección de cinto y bolso (que no maleta, hay cosas de la moda que nunca entenderé).
Pero no es oro todo lo que reluce. Esos 13 cm (ó 12, ó 10, ó 8) arrastran consecuencias gravísimas para la salud de nuestros pies, y no solo de ellos. Estamos acostumbrados a ver en la televisión y en revistas de sociedad y moda a las famosas de turno alzadas en monstruos andantes (Sarah Jessica Parker y su equipo de amigas no calzan nada por debajo de los 8 cm y a ellas, en especial a la primera, le debemos la impagable publicidad de Manolo Blahnik. ¡Quién tuviera una caja blanca!). Nora García opina lo siguiente al respecto: "En verdad, si uno o una va a una fiesta de sociedad y espía debajo de la mesa, comprobará que las mujeres elegantes se han descalzado". ¿Se imaginan a Isabel Preysler descalza en una cena de gala? Un momento impagable. Al igual que la mencionada Sarah Jessica Parker en su papel de Carrie Bradshaw, quien más quien menos ha tenido unos magníficos zapatos que solo sirven para estar sentada (de casa al coche, del coche al despacho/clase/oficina, de ahí al coche, del coche a casa. Fin de la tortura). He aquí una de las grandes paradojas de los zapatos: "¡Me encantan, pero me hacen daño!". Eso divide la colección de zapatos (no llegamos a los 200 de Marilyn Monroe) entre los que sirven para andar y los que no. He aquí otra de las grandes paradojas de los zapatos: a pesar de su exquisitez y su utilidad como herramienta indispensable de seducción, los zapatos de tacón de aguja deforman los pies y la columna. Es el sino de la femme fatale (tradúzcase como mujer de hoy).
Uno de los sueños de una amante de zapatos es ser Cenicienta. La perversión no radica en una venganza contra la madrastra y sus hijas, tampoco en conseguir al Príncipe Azul (cuándo daño ha hecho Disney), ni siquiera en ser ayudada por un séquito de animalitos (vamos a ver: ¿desde cuándo a una mujer le gustan los ratones y las ratas?) con hada madrina incluida (la varita mágica bien podría tener resonancias freudianas), sino en "la famosa e incorruptible zapatilla de cristal", perfectamente a medida, sobre un cojín imposible de terciopelo carmesí (léase degustando cada una de las sílabas). Damas y caballeros, es un hecho: Cenicienta existe única y exclusivamente para ese momento.
Acabaremos esta entrada con una tercera paradoja de los zapatos, en este caso personal e intransferible. "La suavidad y la elasticidad de este calzado primigenio [los pies] se deben sobre todo a un conjunto maravilloso de huesitos, los sesamoides, situados bajo el primer metatarso". Este "conjunto maravilloso de huesitos" nos permiten, entre otras cosas, calzarnos los maravillosos zapatos de diseñador. Pues bien, mi vanidad radica precisamente en que uno de esos "huesitos" de mi pie izquierdo está roto (nadie sabe cómo ha sido), impidiéndome calzar como Cenicienta. Así es la vida. Pura vanidad.

1 comentario:

Vane dijo...

Ufff... lo tuyo empieza a ser fetichismo, un preocupante fetichismo que amenaza mi condición de no mujer siendo hembra (recordemos que Simone de Beauvoir dice que la mujer se crea en sociedad, no nacemos mujeres, sino hembras, lo que nos hace mujeres es la sociedad y los comportamientos que en ella manifestamos, la femineidad).
Al final, con el tiempo, veo que crearás un monstruo que acabará poniéndose las insufribles agujas de 15 cms. para realizar tu sueño de Cenicienta y así tu sesamoides no sufra... Eso sí, si algún día llego a hacer eso, por amistad que no por vanidad, mantendré, como mantienen esas masoquistas de las revistas, que son "supercómodos".