Vanidad extraña esta que os traigo, pero no pude resistirme ante la gran protagonista de La ladrona de libros de Markus Zusak. Para nosotros la muerte tiene rostro e imagen reales, sabemos cómo es de cruel e inmisericorde, es decir, al igual que dios, la hemos creado a nuestra imagen y semejanza. De algún modo o de otro todos hemos pensado en ella, o nos han obligado a hacerlo. Cuando somos pequeños la muerte no nos afecta; es un ente lejano y extraño que siempre visita a los demás. Hasta que tenemos la primera experiencia, desagradable pero inevitable, y entonces sentimos cómo nos mira de reojo. A medida que vamos ganando años la inconsciencia infantil de la inmortalidad nos abandona: seguro que es en esa época cuando nos convertimos en estúpidos adultos. Es un hecho que los niños no entienden: el hombre se hace hombre cuando empieza a ser consciente del miedo.
Surge entonces una pregunta: ¿cómo nos ve a nosotros la muerte? Gracias a la ficción literaria tenemos la respuesta. "A veces llego demasiado pronto, me adelanto. Y hay gente que se aferra a la vida más de lo esperado". ¿Cuándo no es demasiado pronto? ¿De verdad llega el momento en que faltan las ganas de aferrarse a la vida? Realmente puede que sí y que seamos los demás los que necesitamos que la otra persona se aferre. Quizás morirse no sea lo difícil, sino dejar a los nuestros, abandonarlos en una ausencia imposible. Irse es sencillo, quedarse a veces es verdaderamente morir.
"¿Por qué siempre se ponen a temblar? Sí, ya sé, ya sé, supongo que tiene que ver con el instinto, para detener la irrupción de la verdad". Esa amarga verdad de dejar tras nuestro miradas y sonrisas, rostros conocidos que nos han acompañado desde siempre (qué ironía), la verdad de la vida, la gran verdad final: ¿habrá merecido la pena?
"UNA PEQUEÑA VERDAD. No llevo hoz ni guadaña. Sólo cuando hace frío visto un hábito negro con capucha. Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo". Sé que esto es duro pero no podría estar más de acuerdo. Seguro que no os gustaría que llegado el momento os visitara una calavera con guadaña. Semejante visión no cuadra con la sonrisa apacible de muchas personas al morir. La muerte tiene nuestro rostro porque no puede tener otro. La muerte no sólo es nuestra cara en el espejo, es la de todos, los rostros que observas desde el último aliento. Sólo tú sabes qué muerte quieres mirar cuando te llegue la hora.
"El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir". Nuestra doble cara, al igual que la existencia: vida y muerte, belleza y fealdad. No existe lo uno sin lo otro. Esa es la grandeza de la Naturaleza, por eso es sabia. Por eso tenemos que morir.
"UN PEQUEÑO PERO VALIOSO COMENTARIO. A lo largo de los años he visto muchos jóvenes que creen correr al encuentro de otros jóvenes. No es así. Corren a mi encuentro". Este sería un buen slogan para una campaña publicitaria de la DGT, pero bromas a parte, y dentro de ese círculo que dibuja la muerte, los jóvenes solo podemos correr en una dirección. Sin embargo, algo se nos pega de ella (ya os dije que la habíamos creado a nuestra imagen y semejanza): "Creo que a los humanos les gusta contemplar la destrucción a pequeña escala. Castillos de arena, castillos de naipes, por ahí empiezan. Su gran don es la capacidad de superación". Aquí no valen equívocos; muchos de nosotros, los humanos, jugamos a ser la muerte. Los periódicos dan buena muestra de ello.
Se me queda mal cuerpo escribiendo esto. Como podéis ver, ni ella ni nosotros tenemos buena prensa. Supongo que me permitáis este ejercicio de vanidad, que en realidad no es más que un ajuste de cuentas. Sin embargo creo que no debería terminar sin deciros una cosa más: Os vais a morir. No esperéis a que venga un día un médico y os diga semejante obviedad. No esperéis hasta ese día para escribir una lista de cosas que os quedan por hacer: haced la lista ahora, en este instante. Al fin y al cabo ya sabemos el pronóstico de nuestras vidas. Por eso vivimos.
Surge entonces una pregunta: ¿cómo nos ve a nosotros la muerte? Gracias a la ficción literaria tenemos la respuesta. "A veces llego demasiado pronto, me adelanto. Y hay gente que se aferra a la vida más de lo esperado". ¿Cuándo no es demasiado pronto? ¿De verdad llega el momento en que faltan las ganas de aferrarse a la vida? Realmente puede que sí y que seamos los demás los que necesitamos que la otra persona se aferre. Quizás morirse no sea lo difícil, sino dejar a los nuestros, abandonarlos en una ausencia imposible. Irse es sencillo, quedarse a veces es verdaderamente morir.
"¿Por qué siempre se ponen a temblar? Sí, ya sé, ya sé, supongo que tiene que ver con el instinto, para detener la irrupción de la verdad". Esa amarga verdad de dejar tras nuestro miradas y sonrisas, rostros conocidos que nos han acompañado desde siempre (qué ironía), la verdad de la vida, la gran verdad final: ¿habrá merecido la pena?
"UNA PEQUEÑA VERDAD. No llevo hoz ni guadaña. Sólo cuando hace frío visto un hábito negro con capucha. Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo". Sé que esto es duro pero no podría estar más de acuerdo. Seguro que no os gustaría que llegado el momento os visitara una calavera con guadaña. Semejante visión no cuadra con la sonrisa apacible de muchas personas al morir. La muerte tiene nuestro rostro porque no puede tener otro. La muerte no sólo es nuestra cara en el espejo, es la de todos, los rostros que observas desde el último aliento. Sólo tú sabes qué muerte quieres mirar cuando te llegue la hora.
"El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir". Nuestra doble cara, al igual que la existencia: vida y muerte, belleza y fealdad. No existe lo uno sin lo otro. Esa es la grandeza de la Naturaleza, por eso es sabia. Por eso tenemos que morir.
"UN PEQUEÑO PERO VALIOSO COMENTARIO. A lo largo de los años he visto muchos jóvenes que creen correr al encuentro de otros jóvenes. No es así. Corren a mi encuentro". Este sería un buen slogan para una campaña publicitaria de la DGT, pero bromas a parte, y dentro de ese círculo que dibuja la muerte, los jóvenes solo podemos correr en una dirección. Sin embargo, algo se nos pega de ella (ya os dije que la habíamos creado a nuestra imagen y semejanza): "Creo que a los humanos les gusta contemplar la destrucción a pequeña escala. Castillos de arena, castillos de naipes, por ahí empiezan. Su gran don es la capacidad de superación". Aquí no valen equívocos; muchos de nosotros, los humanos, jugamos a ser la muerte. Los periódicos dan buena muestra de ello.
Se me queda mal cuerpo escribiendo esto. Como podéis ver, ni ella ni nosotros tenemos buena prensa. Supongo que me permitáis este ejercicio de vanidad, que en realidad no es más que un ajuste de cuentas. Sin embargo creo que no debería terminar sin deciros una cosa más: Os vais a morir. No esperéis a que venga un día un médico y os diga semejante obviedad. No esperéis hasta ese día para escribir una lista de cosas que os quedan por hacer: haced la lista ahora, en este instante. Al fin y al cabo ya sabemos el pronóstico de nuestras vidas. Por eso vivimos.
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