Murió como un hijo de puta arrastrando tripas por despecho. De aquella manera lo encontraron los del Séptimo, con sus insignias blancas y brillantes y sus espadas refulgentes al fuego. Esa misma mañana se atusaban el pelo delante del espejo (espejo mágico, de idiotas sin cerebro) mientras el héroe sin nombre luchaba contra el destino desenfrenado de un alma que lo había perdido todo.
Así debió soñar su fin la puta que lo amamantaba, mirando al techo mientras le chorreaba gomina en su dulce y angelical cara. Así debió de ser la lucha sin sentido, aquella que no tuvo patria porque ocurrió a las puertas de su casa, en las afueras de la mierda y la desesperación.
Una espada quebrada de llanto y agonía de telaraña que hundía la carne hasta el mango. Una y otra vez. Por los siglos de los siglos. Y brillaban los del Séptimo en corceles blancos, con penachos de plumas coloradas. Como su sangre escapándose por los tentáculos.
Hablemos de cobardía. Porque ellos no llegaron.
Así debió soñar su fin la puta que lo amamantaba, mirando al techo mientras le chorreaba gomina en su dulce y angelical cara. Así debió de ser la lucha sin sentido, aquella que no tuvo patria porque ocurrió a las puertas de su casa, en las afueras de la mierda y la desesperación.
Una espada quebrada de llanto y agonía de telaraña que hundía la carne hasta el mango. Una y otra vez. Por los siglos de los siglos. Y brillaban los del Séptimo en corceles blancos, con penachos de plumas coloradas. Como su sangre escapándose por los tentáculos.
Hablemos de cobardía. Porque ellos no llegaron.
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