Sobre San Calentín

Este sábado pasado hemos sufrido la fiesta de San Calentín, foco de escaparates rojos, llenos de corazones y profusión decorativa hasta la extenuación; adolescentes encariñados en plena efusividad hormonal; adultos comiéndose el morro en el cine mientras la que suscribe y su niño de los ojos azules esperaban el comienzo de una película demasiado aburrida en una nube de palomitas. San Calentín. Fiesta organizada por empresas del sector que te hacen creer necesario comprar un estúpido peluche con un corazón diciendo te quiero; o una joya para lucir (sólo merece la pena por esto); o un ramo de rosas a entregar a la destinataria... confieso salir por la puerta de la tienda en la que estaba, según vi al operario entrar con él en la mano y preguntar por una joven que trabajaba allí; confieso dejar la cola de la caja, confieso devolver los productos a sus sitio, confieso salir despavorida del local al grito colectivo femenino "¡Qué romántico!". Sí, lo confieso: odio San Calentín.
No me gusta la idea de que socialmente se instaure un día en el que se pueda amar, o decirle a la otra persona que la quieres, o realizar un regalo espontáneo y resignarse a no volver a ser mirada o admirada más que ese día. Me resisto a pensar que no existe un "te quiero" diario, que no se ama todos los días, que no se mima al otro como si fuera uno mismo. En ese sentido, me dan pena las que reciben flores en San Calentín; las que son agasajadas con joyas varias, las que tienen un detalle, una cena romántica, un "polvete" cariñoso. Me producen lástima por ser el centro de atención un día de entre 365 o por sucumbir al plan establecido.
Juré y perjuré que el amor acaba desapareciendo. No revelaré la respuesta que me dieron los ojos azules, puesto que pertenece a la estricta intimidad "de alcoba", pero esta hunde sus raíces en los sentimientos más irracionales del hombre, aquellos que te hacen actuar sin siquiera pensar, aquellos que revelan que se ama porque se ama, sin condiciones ni medias tintas, sin porqués, sin pretextos, sin días específicos para ello. Hoy (y aquel día) debo matizar mi declaración: el amor no desaparece, crece y se transforma, se alimenta del amor mismo, se cuida, se protege, adquiere ramificaciones insospechadas, estalla en una dualidad imposible de romper, como esos estrechos lazos que nos unen a los amigos, a la familia, a aquellos que forman parte de nuestra manera de ser, a los que nos definen.

El amor no es pretexto de un día. Es la razón de
TODOS los días.


7 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bonito Sonia. En serio, muy chulo.
Un beso

OFFICIUM dijo...

Se ha hecho negocio hasta del amor. Poderoso caballero es Don dinero. En fin, otra lacra más.

Gregorio Toribio Álvarez dijo...

Efectivamente, para todos los días y no para cuando digan los centros comerciales. Buena reflexión que apoyo.

Rafa González dijo...

Yo no es que lo odie, pero simplemente paso. Como paso de las navidades. Es una estupidez supina. Pero bueno, tan sólo es mi opinión.

Saturnino dijo...

Muchos son los años en compañia y puedo asegurar que nunca lo he celebrado; soy de los que piensan que el amor se demuestra todos los días del año.
Un beso.

Anónimo dijo...

Muy bueno lo del "polvete cariñoso". Todos los días del año debería ser San Valentín !
Un besito

Anónimo dijo...

No te puedo decir más de lo que te comente ayer por la tarde. Nunca he celebrado este acontecimiento, la verdad es que tampoco he tenido muchas oportunidades, pero cuando las he tenido no lo he hecho, quizás porque me tomaré la molestia de pasarme horas en la cocina para hacer una cena especial cualquier día, me tomaré la molestia de escribir mil versos que no riman para darselo cualquier día, o me levantare por las mañanas recordandole lo que me gusta despertarme a su lado...
Escribiendo me he dado cuenta de algo, si que celebro San Calentín, pero lo hago todos los días del año.