De la necesidad de escribir, bien.

No hace falta que exponga aquí la evidencia misma, a saber, que el mundo del blog no sólo ha desencadenado la mayor cualidad del hombre, la comunicación, sino que ataca a la línea de flotación del ser humano: la necesidad animal de contar, cualquier cosa, la que sea, pero contar, de ahí que se haya constituido como herramienta imprescindible en el proceso de democratización de la escritura. Pero como cualquier movimiento masivo también tiene sus desventajas; dejo al margen la importancia de lo narrado, nos podrá interesar más o menos lo que se cuenta en un blog, pero siempre será vital para la persona que tiene la molestia de contarlo, de tal forma que merece nuestro respeto y dedicación (al menos la primera). Prefiero centrarme en la manera de escribir, o para ser más exactos, en la corrección.

La profusión de blogs a lo largo de internet provoca que cualquiera, con el nivel educativo que sea, acceda a una herramienta de límites insospechados. Un blog será aquello que nosotros queramos que sea, y desde el punto de vista de mi deformación profesional (sí, soy filóloga), me fijo muchísimo en cómo escribe la gente. Normalmente me encuentro con faltas de ortografía en la práctica totalidad de los blogs a los que accedo (no acuso a nadie, que conste), algo que considero normal y hasta lógico. En los diez minutos que llevo pensando y escribiendo esta entrada he consultado el diccionario dos veces. De hecho, es el libro al que más acudo a lo largo del día y él solito tiene una pestaña en mis marcadores personales, al lado de mis correos o de mi blog, por ejemplo. No hay texto que escriba en el que no sienta la necesidad de consultar cómo se escribe una palabra, dónde se coloca la tilde, si es con v o con b, dónde lleva la h, qué otras definiciones tiene (en ocasiones no nos podemos llamar a equívocos, o sí) o simplemente tengo que recordar alguna regla de acentuación especial, el error más común a la hora de escribir.

Algunos pensaréis que es una lata tener que fijarse en estos aspectos y sobre todo acudir al diccionario para solucionarlos. Da una pereza... No hace falta llegar a mis extremos (yo, que tuve una asignatura dedicada en exclusiva a los diccionarios) y pedir como regalo de cumpleaños un diccionario de más de 100 euros, pero la verdad es que no me imagino a ningún profesional que no trabaje, o quiera hacerlo, con los mejores medios y materiales disponibles. Sin embargo existe una solución al alcance de un click: la Real Academia Española delante de nuestras narices. No sólo podemos consultar el diccionario en línea (incluso los acentos en esas odiosas formas verbales que a veces dudamos dónde encajan. Basta con teclear el verbo en infinitivo y hacer click en la casilla y listo), sino que también podemos resolver nuestras dudas en el panhispánico, realizar consultas lingüísticas y, para aquellos que sean muy curiosos, investigar en el banco de datos y el tesoro lexicográfico de la Institución, es decir, consultar cualquier palabra en todos los diccionarios publicados desde el siglo XVIII.



Querer contar es una necesidad humana. Saber contar, un privilegio. Hacerlo bien, no tiene precio, basta hacer click.