Hace ya un tiempo leí en un libro de Jorge Volpi lo siguiente:
"Nos asediamos, nos engañanamos, nos traicionamos, nos herimos, nos contagiamos, nos laceramos, nos torturamos, nos destruimos. Al final nos abandonamos. Y luego esperamos al siguiente de la fila".
Reconozco que a pesar de los años, y aun teniendo en cuenta mi pésima memoria, no he podido olvidarme nunca de esa cita. Y precisamente, tras la reunión del club de lectura de la semana pasada, esas palabras han vuelto a mi cabeza de nuevo. José Antonio Miralar, nuestro moderador, dejó caer una reflexión a propósito de la novela de turno, Cometas en el cielo de Khaled Hosseini: "La verdad es que hoy en día ya no se ven amistades como la de Amir y Hassan... Me refiero a ese tipo de relaciones basadas en la lealtad más absoluta. ¿No os parece que nos hemos vuelto cada vez más egoístas? ¿Que siempre vamos a lo nuestro sin preocuparnos por los demás?"
No fueron las palabras (verdaderas cometas que se pierden en el cielo), sino la honda tristeza con la que las pronunció. Ese abatimiento imperceptible que se aferra al corazón y saca a relucir la más hiriente de las verdades: que estamos solos ante el hostigamiento perpetuo de esos egos que nos habitan. Que el egoísmo enmascara acaso sentimientos más mezquinos (la envidia, la codicia) que nos llevan al error, al equívoco, a la deslealtad, a la traición. Y cuando eso ocurre, ese otro que nos mira en el espejo deja resbalar una sonrisa maliciosa: quizás es la satisfacción ante la destrucción del otro, es el poder que seduce.
Está claro que hoy es uno de esos días con nubarrones, pero me llama poderosamente la atención la facilidad con la que usamos la traición, como si no costara, como si no fueran personas las que tenemos delante. Quién sabe, hoy tengo el punto del vista del revés, pero aunque queramos convertir cien mentiras en verdad, la realidad siempre seguirá siendo la misma. Y ese Dorian Gray mezquino y deshonesto continuará acechándonos desde el otro lado del espejo.
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