Son un engorro, para qué vamos a engañarnos. Durante días o semanas toda nuestra vida queda expuesta y patas arriba, no sabemos si vamos o venimos, dónde está aquello que nos hace tanta falta o por qué conservamos cosas que deberíamos haber tirado hace mucho tiempo. Pero al margen de estos inconvenientes, las mudanzas también tienen un punto nostálgico e ilusionante.
Cambiarse de casa (y en este caso, de ciudad) supone iniciar una nueva etapa en la que tenemos todo por descubrir. Cada hogar que habitamos posee una identidad propia a la que amoldarse, un alma con el que convivir, y creo que nuestra rutina se amolda de manera diferente a cada vivienda en la que hemos estado. Y no sólo por la vida del barrio a la que poco a poco vamos adaptándonos, sino por el día a día que construimos, por el cambio de hábitos.
Por otro lado, ir cerrando cajas supone un balance vital de todo lo vivido en la casa que dejamos. Por mi parte no puede ser más que positivo: dejo mi casa de soltera, de casada, de doctora, de maratoniana, de opositora, de valiente que campea la crisis. Y todo eso me hace sentir muy orgullosa de cómo he afrontado los últimos años.
Al mismo tiempo siento una nostalgia inmensa por ver mi vida fragmentada en cajas, es como si uno se partiera en mil pedazos; algunos de ellos volverán a encontrarse en el nuevo destino, otros tendrán que esperar y los hay que ya no tendrán lugar en mi nueva vida.
En cualquier caso, todo cambio supone una ilusión que renace, unas ganas por descubrir, por volver por viejas sendas. Parece que las piezas del puzzle van encontrando su hueco de nuevo...
1 comentario:
¡Me encanta el oso!
Nunca se me olvidará cuando fui a buscarle sin tu conocimiento.
Ánimo con el engorro. Muak!
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