Cumplo con la innoble tarea (por lo mal que lo hago) de hablar un poco de cada libro que leo, y con este en particular me resulta difícil hacerlo. Tiene todos los elementos posibles para hacer estremecer a cualquiera, hasta el más pintado, por la sencilla razón de que no es fácil dialogar con la muerte. Efectivamente, ella es la narradora de esta historia, tal real como la vida misma (merece un apartado en la serie "Vanidades").
La ladrona de libros te deja mal sabor de boca antes de irte a dormir (si es la hora preferida de lectura, como es el caso), porque a pesar de los buenos momentos que describe a veces, el lector ya no es un niño, por tanto se ve desprotegido por ese escudo que nubla la vista y los sentidos y los tiñe de rosa, la inocencia. La atmósfera es la que es: la Alemania de Hitler. En ella, una familia alemana, Los Hubermann, adopta a nuestra protagonista, Liesel Meminger, que debe superar el abandono de su madre biológica y la muerte de su hermano pequeño durante el viaje.
La historia se convierte en una reflexión sobre las palabras: Liesel desea aprender a leer y lo consigue gracias a la ayuda de su padre adoptivo, Hans, un hombre poco convencido con la situación de Alemania. Las palabras, de pronto, adquieren significado para ella (el primer libro que leyó, y robó, fue Manual del sepulturero, tiene guasa) y guarda los pocos libros que tiene como si fueran un tesoro: "Cuando empezó a escribir su historia, se preguntó por el momento exacto en que los libros y las palabras no sólo comenzaron a tener algún significado, sino que lo significaban todo".
Debido a una promesa hecha, los Hubermann se ven obligados a esconder a un judío en el sótano de la casa, Max Vandenburg: "Imagínate que tienes que sonreír después de recibir un bofetón. Y luego imagínate que tienes que hacerlo las veinticuatro horas del día. En eso consistía ocultar a un judío". Max, para evadirse de su terrible situación escribe cuentos en las páginas blanqueadas (Hans es pintor) de Mein Kampf. El simbolismo no puede ser más evidente: palabra contra palabra, historia contra historia.
La vida de Liesel en su calle, Himmelstrasse (Himmel significa cielo, otra guasa), evoluciona desde la inocencia en el modo de apreciar la realidad: juega al fútbol con su amigo y vecino Rudy Steiner (aquel niño que desafió al Régimen nazi pintándose la cara de negro e imitando a Jesse Owens), "roba" libros en la biblioteca de la depresiva mujer del alcalde (aunque en realidad ella le permita hacerlo), ayuda a sus padres, va al colegio, aprende a leer..., hasta darse cuenta de lo que significa el nombre de Hitler: la incorporación de su padre al ejército, la huida de Max, los judíos que atraviesan su calle andando para ir a Dachau, los bombardeos...
Una vez aprende el valor de las palabras Liesel no puede evitar su encanto ("He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura"). Por eso la historia que tiene el lector en sus manos es la historia que un día escribió Liesel en el sótano de su casa. Por qué ese libro lo tiene ahora la muerte es un misterio que deberá desvelarse en la lectura.
"Como suele pasarme con los humanos, cuando leo lo que la ladrona de libros escribió para ellos, los compadezco, aunque no tanto como a los que en aquella época recogí a paletadas en varios campos. Por descontado que los alemanes en los sótanos merecían mi compasión, pero al menos ellos tenían una oportunidad de salvarse. Ese sótano no era una ducha de gas. Para esa gente, la vida todavía era posible", págs. 371-372.
Markus Zusak, La ladrona de libros, Lumen, Barcelona, 2007.
La ladrona de libros te deja mal sabor de boca antes de irte a dormir (si es la hora preferida de lectura, como es el caso), porque a pesar de los buenos momentos que describe a veces, el lector ya no es un niño, por tanto se ve desprotegido por ese escudo que nubla la vista y los sentidos y los tiñe de rosa, la inocencia. La atmósfera es la que es: la Alemania de Hitler. En ella, una familia alemana, Los Hubermann, adopta a nuestra protagonista, Liesel Meminger, que debe superar el abandono de su madre biológica y la muerte de su hermano pequeño durante el viaje.
La historia se convierte en una reflexión sobre las palabras: Liesel desea aprender a leer y lo consigue gracias a la ayuda de su padre adoptivo, Hans, un hombre poco convencido con la situación de Alemania. Las palabras, de pronto, adquieren significado para ella (el primer libro que leyó, y robó, fue Manual del sepulturero, tiene guasa) y guarda los pocos libros que tiene como si fueran un tesoro: "Cuando empezó a escribir su historia, se preguntó por el momento exacto en que los libros y las palabras no sólo comenzaron a tener algún significado, sino que lo significaban todo".
Debido a una promesa hecha, los Hubermann se ven obligados a esconder a un judío en el sótano de la casa, Max Vandenburg: "Imagínate que tienes que sonreír después de recibir un bofetón. Y luego imagínate que tienes que hacerlo las veinticuatro horas del día. En eso consistía ocultar a un judío". Max, para evadirse de su terrible situación escribe cuentos en las páginas blanqueadas (Hans es pintor) de Mein Kampf. El simbolismo no puede ser más evidente: palabra contra palabra, historia contra historia.
La vida de Liesel en su calle, Himmelstrasse (Himmel significa cielo, otra guasa), evoluciona desde la inocencia en el modo de apreciar la realidad: juega al fútbol con su amigo y vecino Rudy Steiner (aquel niño que desafió al Régimen nazi pintándose la cara de negro e imitando a Jesse Owens), "roba" libros en la biblioteca de la depresiva mujer del alcalde (aunque en realidad ella le permita hacerlo), ayuda a sus padres, va al colegio, aprende a leer..., hasta darse cuenta de lo que significa el nombre de Hitler: la incorporación de su padre al ejército, la huida de Max, los judíos que atraviesan su calle andando para ir a Dachau, los bombardeos...
Una vez aprende el valor de las palabras Liesel no puede evitar su encanto ("He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura"). Por eso la historia que tiene el lector en sus manos es la historia que un día escribió Liesel en el sótano de su casa. Por qué ese libro lo tiene ahora la muerte es un misterio que deberá desvelarse en la lectura.
"Como suele pasarme con los humanos, cuando leo lo que la ladrona de libros escribió para ellos, los compadezco, aunque no tanto como a los que en aquella época recogí a paletadas en varios campos. Por descontado que los alemanes en los sótanos merecían mi compasión, pero al menos ellos tenían una oportunidad de salvarse. Ese sótano no era una ducha de gas. Para esa gente, la vida todavía era posible", págs. 371-372.
Markus Zusak, La ladrona de libros, Lumen, Barcelona, 2007.
1 comentario:
Me encanto este libro
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