Dos meses después regreso a la tarea de dedicarme a mi blog. Demasiadas cosas han sucedido durante este tiempo, muchos castillos de arena se han caído y la realidad se ha impuesto en su más cruda versión. Fue la culminación de meses de agonía hasta que llegó el temido día en que contemplé los ojos más tristes del mundo, imagen con la que me acuesto todas las noches. Y en seguida el alivio, la calma, el montón de cenizas. Luego fueron las decepciones y los juegos; y es que hay cosas que se deben mantener fuera del alcance de "los niños"; confunden sentimientos, equivocan sensaciones, se creen que las personas somos juguetes y luego... luego se te mean encima. Pero lo que a algunos les costó 15 días destruir a mi me llevó un solo día de autocrítica: la segunda bofetada que necesitaba para espabilar. ¿Después? Sobra decir que ni me importa que respire. Al fin y al cabo la estupidez no tiene cura.
El Escorial llegó como agua de mayo. Esa semana con mis dos eternas compañeras (en el sentido más completo del término), esas cañitas con los colegas de los cursos, la cantidad de gente que conocimos, los escritores... creo que profesionalmente hablando esa semana cambió y significó muchas cosas. Y lo mejor de todo es que a su fin no tendría que regresar a casa; aun me esperaba el plato fuerte del verano, aquello que llevaba esperando meses, e incluso me atrevería a decir años: mi ansiado, anhelado, esperado gran viaje a Italia con la mejor compañía que podría tener, mi Cabecita Loca. Es cierto que eché de menos al resto del Equipo, pero no estuvo nada mal la gente que conocimos allí (y la persona que nos acompañaba, por supuesto). El viaje cumplió con sus expectativas: desencajamiento de mandíbula y esguince de cuello. Milán, Verona, Venecia, Pisa, Florencia, Siena, Nápoles, Pompeya, Capri y Roma fueron los escenarios de la mejor película de mi vida. Quizás por eso aun no he acabado de aterrizar, con un pie aquí y otro allá aunque el regreso a casa supuso recobrar la tranquilidad perdida hacía tiempo. Italia tiene la culpa: renací de entre mis cenizas y volví a contemplar esos ojos azules, mi perdición, brillando como nunca.
El Verano de 2008 ha sido el verano en el que menos he leído (mis pobres ojos me lo han agradecido), pero también ha sido el verano en el que más he sentido. Supongo que marca un punto y a parte y que muchas cosas se quedarán atrás, algunas en los baúles de mi memoria y otras, innecesarias para mi existencia, serán olvidadas ("tú olvidas todo aquello que no te interesa", me dijeron una vez los ojos azules). Dicho y hecho.
El Escorial llegó como agua de mayo. Esa semana con mis dos eternas compañeras (en el sentido más completo del término), esas cañitas con los colegas de los cursos, la cantidad de gente que conocimos, los escritores... creo que profesionalmente hablando esa semana cambió y significó muchas cosas. Y lo mejor de todo es que a su fin no tendría que regresar a casa; aun me esperaba el plato fuerte del verano, aquello que llevaba esperando meses, e incluso me atrevería a decir años: mi ansiado, anhelado, esperado gran viaje a Italia con la mejor compañía que podría tener, mi Cabecita Loca. Es cierto que eché de menos al resto del Equipo, pero no estuvo nada mal la gente que conocimos allí (y la persona que nos acompañaba, por supuesto). El viaje cumplió con sus expectativas: desencajamiento de mandíbula y esguince de cuello. Milán, Verona, Venecia, Pisa, Florencia, Siena, Nápoles, Pompeya, Capri y Roma fueron los escenarios de la mejor película de mi vida. Quizás por eso aun no he acabado de aterrizar, con un pie aquí y otro allá aunque el regreso a casa supuso recobrar la tranquilidad perdida hacía tiempo. Italia tiene la culpa: renací de entre mis cenizas y volví a contemplar esos ojos azules, mi perdición, brillando como nunca.
El Verano de 2008 ha sido el verano en el que menos he leído (mis pobres ojos me lo han agradecido), pero también ha sido el verano en el que más he sentido. Supongo que marca un punto y a parte y que muchas cosas se quedarán atrás, algunas en los baúles de mi memoria y otras, innecesarias para mi existencia, serán olvidadas ("tú olvidas todo aquello que no te interesa", me dijeron una vez los ojos azules). Dicho y hecho.
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