Behobia-San Sebastián 2010

La famosa carrera de la Behobia era la última carrera antes de finalizar la primera parte de la temporada. Reconozco que desde la carrera de relevos entre Astorga y Ponferrada me arrepentí bastante de haberme apuntado a la Behobia. Pedía a gritos un descanso, tanto física como mentalmente me sentía ya demasiado desbordada y pocas eran las ganas de acudir a esta gran cita. Además, otros asuntos personales me impidieron entrenar con normalidad (cosa que en cierto modo agradecí) y solo salí dos días acompañada de mi amiga Mariu y de mi padre. Así, no las tenía todas conmigo de cara a la carrera; sobre el papel el perfil me parecía durillo (ya sabemos todos lo poco que me gustan las cuestas), estaba muy cansada y la motivación estaba a menos cero...

Pero el viernes mis amigos Siridia y Mario, y servidora, nos plantamos en San Sebastián (donde, por cierto, la familia de Siridia nos recibió y atendió como reyes). El sábado visitamos la feria del corredor, además de darnos un buen paseo por la ciudad, que nos brindó con un tiempo espectacular, y así de cansaditos nos fuimos a descansar para el gran día. El amanecer no trae nada bueno... cielo encapotado y amenaza seria de lluvia. Hasta que de camino a Irún en el tren alguien abre el grifo y se olvida de cerrarlo. Otro inconveniente más... A nuestra llegada empezamos a alucinar con el ambiente; aquello es un hervidero de gente, la salida está perfectamente organizada, todo está adecuadamente indicado, la perfección hecha carrera. Por desgracia tenemos que dejar la mochila pronto, y como yo salgo en el último grupo, a eso de las 11:34, me toca esperar vestida de "gala" hora y cuarto chupando lluvia y frío. 

Pero todos los inconvenientes se me olvidaron en ese lapso de tiempo. Solo una vez en mi vida había vivido ese ambiente, y fue en el Mapoma de este año, de la mano de mi padre. Poco a poco fueron saliendo los grupos, también mis amigos, y desde las pantallas gigantes se podía seguir perfectamente la carrera con las sucesivas cuentas atrás. Era imposible no dejarse llevar... Hasta que le tocó a mi grupo; y entre el entusiasmo, los gritos de ánimo de unos a otros y la algarabía general salimos despacito por las calles de Irún. El objetivo era, ante todo, disfrutar de esta clásica (o mirar el paisaje, como me decía el Míster), así que salí a un ritmo controlado, intentando no dejarme llevar por la marabunta y siendo consciente de que era una prueba que se me podría atragantar demasiado si no me tranquilizaba. Así que poco a poco fuimos avanzando con un desnivel desigual hasta llegar al Alto de Gaintxurizketa, que subí sin prisa, pero sin pausa. La subida, tan cómoda, hizo que me creciera, y a partir de ahí trabajé todas y cada una de las cuestas de la zona de toboganes de Lezo. Si alguien me llega a decir alguna vez que llegaría el día en el que disfrutaría de las cuestas no habría podido parar de reír. Pero así fue. En el km 10 el crono marcaba 59' y yo tan contenta. Pim palo, venga cuestas y yo pasándomelo como una enana. 

Ya en la zona de Pasajes atravesamos por unos cuantos kilómetros llanos y empiezo a sufrir (¡quién te ha visto y quién te ve, morena!). Voy calada hasta los huesos, se me acaba la batería del iPod (imperdonable) y sólo quiero que llegue el kilómetro 16 para iniciar el Alto de Miracruz. El cansancio me hace sufrir un poco, pero aprieto los dientes y me ventilo esas cuestas mucho mejor de lo que pensaba. Toca bajada larga por las calles de San Sebastián. Sé que bajo de las dos horas de largo, pero me sorprende encontrarme el globo por el camino porque no llevaba nada bien el tiempo (vamos, que el tío tuvo que remolonear lo suyo y hacer el último kilómetro en 10'). La última recta es un hervidero de gente que no para de animar. Veo el arco de meta. Veo mi crono. Veo el arco de meta. Veo mi crono. Y sonrío. 1h56'27" de pura gloria. Una carrera espectacular para finalizar esta primera fase no menos fantástica.