En esta semana previa a una de las grandes citas del calendario runneril español, la Maratón de Madrid, acuden a mi mente los recuerdos de mi debut en el 42k, hace justo ahora, en este día, un año. Esas imágenes se mezclan en mi memoria como los fotogramas de una película, siguiendo un guión anhelado y no por ello menos complicado. En estos días de pocos entrenamientos y alguna que otra carrera, de hablar con aquellos que se enfrentarán al coloso el próximo domingo, los que han vencido tantas y tantas veces y los que lo harán por primera vez, salen de mi boca tímidos consejos y, sobre todo, una sonrisa del que sabe y aguarda a que otros lo descubran.
En Mapoma 2011 junto a mi padre, Abe y demás amigos |
Aquel día primaveral, 17 de abril de 2011, tuvo lugar en mi vida uno de esos acontecimientos que te cambian para siempre, un duro túnel de 42 kilómetros y meses de preparación que atravesé para llegar a ser quien soy ahora. Solo en aquellos instantes, cuando surgió la luz que tanto busqué, ponerme a prueba de esa manera cobró todo su sentido, porque quizás no haya mejor forma de conocerse a uno mismo que buscando los límites de lo imposible, cruzando la línea una y otra vez. La grandeza de una carrera como esa, asequible para todos pero que al mismo tiempo no está al alcance de cualquiera, reside en la lección de vida que atesora: los sueños tan perseguidos solo tienen un final diseñado, cumplirse.
Más chula que un ocho, tras llegar a meta y con mi medalla al cuello |
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